Salomé, de Oscar Wilde

Quizá ebrio de absenta, inspirado por un batir incesante de enaguas en el Moulin Rouge, Wilde evocara el mito bíblico de Salomé, desnudándolo de cualquier rastro de sacralidad, poniendo el acento en el tortuoso laberinto del deseo humano, como ya hicieran los clásicos griegos con sus héroes de carne y hueso. Laberinto de inexcusable necesidad, tragedia que no brota de la razón, ni siquiera de la voluntad. El deseo desnudo manda, vulnerable, transparente, devorador. Wilde seculariza el texto bíblico. Eva transmuta en Lilith, liberada y repudiada. Salomé se publica con Wilde ya condenado por su homosexualidad.

La historia nos llega del evangelio de Marcos y de las Antiguedades judías de Flavio Josefo. Juan el Bautista denuncia el apaño matrimonial de Herodes con Herodías, casada anteriormente con los hermanos de aquel. Herodes teme la ira divina que profetiza Juan el Bautista; manda encarcelarlo, pero evita condenarlo a muerte. Salomé, hijastra de Herodes, queda prendada de Juan el Bautista, pero éste rehuye sus encantos, lo que provocará su ira. Herodías, madre de Salomé, odia a Juan el Bautista e instigará para que Salomé pida su cabeza a Herodes durante su fiesta de cumpleaños. La tragedia está servida. Herodes, ebrio de deseo y vino, tras ver bailar a Salomé, exclama: ¡Pídeme lo que quieras! Salomé desea la cabeza de Juan el Bautista. Herodes acaba cediendo a su pesar, pero al observar horrorizado las consecuencias de su decisión, ordena matar a Salomé. La hibris reclama su tributo.

Mientras que el texto de Fraubert se centra en el personaje instigador y un tanto soso de Herodías, Wilde pone sus ojos en la pasión desatada de Salomé, quien en la coda de esta tragedia besa los labios de la cabeza cercenada de Juan el Bautista. Nadie maneja los hilos del deseo de Salomé. Ella sola desinhibe su pasión, sin culpa ni pena. No hay en el texto de Wilde lectura intelectual, tragedia fundada en reflexión alguna sobre nuestra naturaleza -aunque esa exégesis esté implícita en el texto-. Wilde se regodea con placer en el acto puro del deseo, sin arbitrio de la moral. Ve en ello belleza, reflejo terapéutico que nos regala la ficción frente a las contingencias y normativas de lo real. Wilde es Salomé, exorciza en tinta y papel su propio deseo insatisfecho. Wilde nunca se vengaría ante la frustración, más bien la sufriría -a su biografía me remito-, pero la ficción otorga al escritor, y con él al propio lector, la oportunidad de liberarse de la represión del deseo.

Cabe en la obra de Wilde una lectura psicoanalítica y biográfica, pero no podemos dejar de subrayar el valor estético de su visión del personaje de Salomé. El deseo desatado de Salomé es bello, hay belleza en la crueldad que delata su anhelo irracional. Tal y como un romántico veía belleza en la terrible determinación de un mar embravecido por la tormenta. Wilde elude cualquier intento de moralizar o juzgar a su personaje. No hay intención feminista en su texto, pero está implícito en él la idea de liberación del deseo femenino, su irreverente empoderamiento y determinación. El deseo atraviesa a cualquier ser humano con fiereza. El despecho, la venganza, la ira, la envidia, el ansia de poseer al objeto deseado vienen de serie en cualquier acto pasional, puro, ajeno a las exigencias de la moral o las leyes. «He besado tu boca, Jokanaan. He besado tu boca». Erótica macabra, mórbida. Hay delectación en esta necrofilia, consumación a modo de placebo del deseo insatisfecho. No querías, pero al fin beso tus labios. Hay vulnerabilidad en esta cruel imposición, y con ella empatía cómplice. ¡Ojalá fuera posible desear de esta forma sin tener que ceder a actos reprobables! Quizá por ello inventamos la ficción, el arte como compensación. El arte por el arte, gozo sublimado. Wilde sabe que en esta tragedia Salomé es el personaje más jugoso. Nadie imagina al insulso Juan el Bautista como protagonista. La integridad moral del profeta es fría, desapasionada, estéril, frente al vitalismo desmedido de Salomé.

Posdata: Almodóvar, al igual que Wilde, sagaz arquitecto del deseo humano, se interesaría en los inicios de su carrera por el personaje de Salomé, dirigiendo en 1978 un mediocre pero disfrutable cortometraje, en el que ya pueden apreciarse elementos de su reconocible estilo iconoclasta. Hilarante el baile de Salomé mientras suena El gato montés. Nada que ver con el estilizado ballet flamenco de la película que dirigió Carlos Saura en 2002. Una delicia que de seguro aplaudiría Wilde.

La ilustración que acompaña a este texto es una de las 17 que dibujó el ilustrador inglés Aubrey Beardsley para la versión inglesa de Salomé, publicada en febrero de 1894. La obra original fue escrita en francés. Las provocativas ilustraciones de Beardsley poseen una ambivalencia sexual intencionada, en sintonía con el esteticismo juguetón de Wilde.

Cabe nombrar también la excelente adaptación operística de Richard Strauss. Embriagadora.

Si queréis leer el texto, os recomiendo la edición de la editorial Libros del zorro rojo, que incluye las ilustraciones de Beardsley.

Publicado por

rbesonias

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